Cosas de Historia.
Tomado de: Cubanálisis El Think-Tank
LO QUE EL VIENTO SE LLEVÓ
PASADO, PRESENTE Y FUTURO DE LA CUBA REVOLUCIONARIA (PARTE
1 DE 3)
I.- ESTABLECIMIENTO Y
CONSOLIDACIÓN DEL TOTALITARISMO
La victoria revolucionaria contra Fulgencio Batista en enero de 1959,
instauró en el poder a los guerrilleros del Movimiento 26 de Julio bajo la dirección de Fidel Castro y rebasó ampliamente los límites de
Cuba, no solo traumatizando al continente latinoamericano y su viejo
diferendo con Washington, sino entronizando un catalítico de extremismo revolucionario en las relaciones globales.
Castro, cuidado celosamente por una pequeña columna guerrillera, se mantuvo en la Comandancia y raramente sostuvo
una acción verdadera, pero al entrar en La Habana se vio ante una nación que se rendía al culto de un nuevo
caudillo.
La revolución cubana irrumpe al escenario mundial precisamente en
momentos en que se producen cambios trascendentales en su configuración debido
al enfrentamiento Este-Oeste, influyendo decisivamente en algunos
acontecimientos y empantanándose en otros. Nunca en la historia contemporánea
un país tan pequeño y magro en recursos ha ejercido tal influencia
internacional.
El castrismo no sólo es hijo del totalitarismo comunista, sino que tiene
hondas raíces en el pasado republicano y colonial de la Isla. De no haber
existido el marxismo y el bloque comunista, Castro hubiese impuesto un esquema
de poder y de control económico muy semejante al hoy existente. El
anti-norteamericanismo de Castro se origina en el rencor transmitido por su
padre, soldado que sufrió la derrota militar de España a manos de Estados
Unidos en la guerra hispanoamericana. Ese sentimiento se incubó en los miles
de inmigrantes españoles llegados a Cuba a principios del siglo XX y fue
alimentado por las intervenciones e ingerencias norteamericanas en la joven
república. Esos errores fueron sistemáticamente explotados desde los años 20
por la propaganda comunista para terminar bajo el castrismo como dogmas y razón
de ser de la “Revolución.
Ya en el poder, Fidel Castro se sostuvo por sus jefes militares
guerrilleros, mientras los miembros destacados en las actividades clandestinas
urbanas fueron relegados a funciones subalternas. Estos, en su casi totalidad
anticomunistas, pronto dejarían de considerar a Castro como su jefe, en
especial tras el abrupto viraje en 1960.
Por su parte, el viejo Partido Comunista se había dedicado en la
República a las luchas economicistas. Los viejos estalinistas cubanos,
encabezados por Blas Roca, propugnaron un socialismo nacional y aislacionista
que pudiera reducir al mínimo no sólo la colisión con Estados Unidos sino
también la crisis económica interna. Estaban convencidos de que la clase obrera
se impondría en el poder finalmente, y que resultaba absurda la impostación del
nuevo orden social desde fuera con el foco guerrillero. De ahí la pugna entre
los viejos comunistas, más bien pacifistas, y los guerrilleros castristas en el
poder, agravada por el estigma de la efímera colaboración de los primeros con
el dictador depuesto.
La Reforma Agraria
La rebelión anti-batistiana no fue un movimiento
por reivindicaciones rurales y por eso, a pesar de sus promesas, a poco de
iniciada, la Reforma Agraria empezó a afectar a muchos campesinos que
abandonarían la revolución tan rápidamente como la habían apoyado. La revolución
nunca se planteó un reparto de tierras a los jornaleros agrícolas, sino que
abrazó la concepción estalinista de estatalización y proletarización rural.
La Reforma Agraria aprobada en mayo 1959 había
expropiado todas las fincas superiores a 402 hectáreas y concedió a los
arrendatarios y aparceros la propiedad de las parcelas en explotación hasta 26.8 hectáreas (2 caballerías). Al transformarse en 600
cooperativas muchos de los grandes latifundios cañeros, ganaderos y arroceros,
el ejército de jornaleros rurales, el sector más pobre de la sociedad cubana,
fue privado de adquirir tierras, aunque 150,000 de ellos fueron
incorporados a las nuevas entidades, que demostraron cierta capacidad
productiva. No obstante, en tres años, en octubre de 1963, Castro firmaba la 2ª.
Ley de Reforma Agraria, que dejaba solo 66 hectáreas como tenencia máxima de
tierra y marcaba el abandono de toda forma de propiedad privada o cooperativa
en favor de la completa estatización del país. Con el INRA presidido por Carlos
Rafael Rodriguez, en febrero de 1962 comenzó la disolución de las cooperativas
cañeras, que definitivamente quedaronn convertidas en “granjas
del pueblo” al terminar la zafra, y sus miembros pasaron a
ser obreros agrícolas.
Con las granjas estatales fracasó el intento de
diversificar el agro al eliminarse producciones tradicionales de la ganadería y
la caña de azúcar. Al lesionar al campesino medio, el mayor productor de
alimentos del país, escasearon de inmediato renglones de primera necesidad: la
merma en la producción agropecuaria y la afectación del consumo urbano
llevarían a las finanzas, las inversiones, y el consumo a un punto muerto.
Los intermediarios fueron abolidos y los
productores obligados a entregar volúmenes fijados por el estado, a precios muy
inferiores. Los campesinos dejaron de entregar sus productos para venderlos en
el mercado negro de las ciudades o a intermediarios ilegales. Para 1962, cuando
los efectos negativos de la reforma agraria se hicieron sentir, se agotaron las
reservas e inventarios financieros y materiales heredados de la República, los
niveles de consumo se desplomaron y se impuso el racionamiento de víveres pocos meses
después.
La transición hacia el nuevo sistema requería de una base agroindustrial
muy fuerte y una infraestructura científico-técnica masiva que no existía, lo
que precipitó el sistema hacia un bloqueo estructural de sus propios
mecanismos, donde la simple estatización no aseguraba la irreversibilidad del
socialismo.
El embargo norteamericano que se había iniciado en febrero de 1962
mediante Órdenes Ejecutivas del presidente Kennedy, comenzaba a desestabilizar
una economía que dependía en su tecnología y comercio de los Estados Unidos,
creándose un vacío que el campo socialista no pudo llenar con rapidez y
calidad. Al evaporarse la disponibilidad de moneda convertible debido al
despilfarro financiero, unido a la lentitud y distancias del nuevo mercado del
bloque soviético, se impuso una restricción del consumo buscando recursos para
sostener un plan de inversiones directas.
Castro apuntaló el monocultivo azucarero con los
acuerdos soviéticos de 1963, el abandono de los intentos de industrialización,
y los acuerdos comerciales con el campo socialista: ahora el cultivo de
la caña de azúcar financiaría el progreso. Necesitado de una gran
disponibilidad de tierra, a causa de a baja productividad estatal, llevó a cabo
el proceso de incautación rural de la 2da. Reforma Agraria que elevaría la
propiedad de tierras estatales al 70% del total nacional.
La
liquidación de la pequeña producción privada y la promoción del estatismo y el
cooperativismo productor, con las medidas agrícolas de 1963, fue una política
con el objetivo de quebrar los centros abastecedores de la oposición armada en
las zonas rurales. Así, su estrategia por aniquilar toda base social y
económica a una presunta oposición, asfixió a la pequeña producción privada.
Castro jamás confiaría en los pequeños campesinos y no cejaría en ir reduciendo
su número y áreas de producción.
La Habana versus Washington
El castrismo inaugura en este hemisferio la era del cuestionamiento a la
vieja política injerencista de Estados Unidos, retomando frente a la
URSS la "doctrina Monroe" que concedía la prerrogativa norteamericana
a la intervención ante la intromisión de una potencia extra-continental. Una de
las leyendas de la época es que Estados Unidos forzó a Castro a alinearse con
los soviéticos, pero cuando triunfó la revolución en 1959 el Departamento de
Estado norteamericano se había pronunciado a favor de Castro,
quizás esperando por otro Batista. Castro, maniobrando hacia “el este”, buscó
el apoyo soviético con el pretexto de liquidar al "imperialismo
yanqui".
El esquema del mensaje pro-castrista en Occidente era que la revolución
cubana se había desarrollado debido a las dificultades de orden económico y
social en la Isla, y la ficción de que Cuba era un país subdesarrollado
sometido al saqueo del imperialismo norteamericano. Hubo una fría e implacable
lógica en la estrategia de Castro: una estrecha relación con Estados Unidos
hubiera requerido que se amoldara a nociones de legalidad y gobierno
constitucional, o por lo menos lo hubiera sometido a las presiones de que
Washington aplicaba a los dictadores cubanos en situaciones críticas.
Evidentemente, nada por el estilo vendría del Kremlin.
A fines de Octubre de 1959, estalló la crisis más violenta dentro del
sistema; el periódico Revolución arreció sus ataques contra la vieja guardia
estalinista que perdía todas las elecciones sindicales. En Camagüey, el
comandante guerrillero Huber Matos denuncia la tendencia comunista que va
adquiriendo la Revolución. Ello desencadenó una colisión dentro del gobierno
que terminó con la expulsión de elementos demócratas, sumándole la compulsión
para formar las milicias y el control sobre la prensa.
Las elecciones sindicales en aquel mes marcaron el choque con las
tendencias no comunistas, opuestas a las maniobras de Castro de conceder carta
blanca a los viejos marxistas en el control del movimiento obrero. La dirigencia
sindical anticomunista perdió la batalla (David Salvador, Conrado Bécquer, José
María Aguilera, Jesús Soto, José Pellón, Octavio Luit Cabrera). En los finales
del año, hubo un choque violento y una huelga desatada por los obreros y el
sindicato del sector eléctrico contra la administración interventora castrista,
por mejoras salariales y sociales.
Otra institución
que tenía que ser neutralizada era la Universidad. A principios de 1959, los
estudiantes y profesores formaron una Comisión de Reforma Universitaria que
organizó tribunales revolucionarios para purgar profesores, estudiantes y
empleados que habían colaborado con Batista. La elección del Comandante Rolando
Cubelas como Presidente de la FEU dio a Castro control parcial de la
Universidad, que aún gozaba de la autonomía tradicional. El fin de la autonomía
vino en diciembre de 1960, cuando el gobierno creó un Consejo Superior de
Universidades, encabezado por el Ministro de Educación, para dirigir a las tres
universidades estatales.
La ofensiva contra
la Iglesia comenzó con toda su fuerza cuando ésta se opuso a la transformación
de Cuba en una sociedad marxista-leninista. En marzo de 1960, el redactor de la
revista católica La Quincena escribió, “La doctrina y
práctica comunistas… merecen el repudio de cada hombre que ame la libertad, y
deben ser erradicadas”. Dos meses
después, el Arzobispo de Santiago, Monseñor Pérez Serantes, divulgó una carta
pastoral en la que declaraba que “No podemos seguir diciendo que el enemigo está a
nuestras puertas, porque en realidad está adentro, hablando en alta voz, como
si estuviera en su casa…El gran enemigo del cristianismo es el comunismo”. La
denuncia más poderosa vino en una Circular Colectiva de los Obispos Católicos
en agosto de 1960, diciendo que “El catolicismo y el comunismo corresponden a dos
concepciones del hombre y del mundo que están totalmente opuestas, y que nunca
pueden reconciliarse”. La reacción de Castro y sus aliados fue
violenta. Las turbas interrumpieron la lectura de la Circular en las
iglesias.
El único programa
de TV dirigido por las Organizaciones Nacionales Católicas, “Mensaje para
Todos”, fue suspendido por las autoridades. El golpe decisivo contra la Iglesia
Católica vino inmediatamente después de la invasión de Playa Girón en abril de
1961. Curas y monjas fueron puestos en arresto domiciliario, todas las
asociaciones religiosas ocupadas militarmente y registradas, y fueron
profanadas algunas iglesias. El Cardenal Arteaga pidió asilo en la Embajada de
Argentina. El Primero de Mayo de 1961, Castro anunció la expulsión de todos los
sacerdotes extranjeros y la nacionalización de todas las escuelas privadas,
incluyendo las católicas.
Las Organizaciones de Masas.
La monopolización del poder por el grupo guerrillero y su transformación
en partido marxista-leninista buscando la permanencia indefinida, se
legitimarían mediante el narcisismo de su pasado de luchas elevado a mitología.
Castro abrigaba dos propósitos: garantizar su poder unipersonal y consolidar el
apoyo logístico soviético a través de los viejos bonzos estalinistas cubanos.
El totalitarismo tomaba cuerpo durante 1959 y se estructuraría después a
partir de las Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR), los Comités de Defensa
de la Revolución (CDR), la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y las
Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI).
Los primeros esfuerzos de este tipo, de envergadura nacional, fueron la
creación de las milicias y la Campaña de Alfabetización, que si bien conllevaba
un objetivo altruista acarreaba todo un empeño de propaganda ideológica.
Las Milicias y el Ejército resultaron el centro fundamental de
adoctrinamiento político: se mantuvo por otras vías el papel tradicional de
fuerza política que el ejército ha venido desempeñando en Latinoamérica.
En este período inicial, casi todos los organismos estatales existentes
se ven forzados a estatalizar la propiedad, motivando transgresiones a las
leyes e injusticias, y transformándose cada órgano en instancia de gobierno y
cada funcionario en intérprete de la aplicación de leyes y normas. El
Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA), creado para implantar la
reforma agraria se convirtió en un aparato de gobierno paralelo, una especie de
Leviatán que controlaba la agricultura, la producción azucarera, industrial e
incluso amplias esferas de servicios.
Playa Girón y las ORI
Mucho se ha escrito del desembarco de una brigada de cubanos exiliados
auspiciada por Estados Unidos en abril de 1961, después conocida como Bahía de
Cochinos en Occidente y Playa Girón en Cuba. A raíz de la invasión se
generalizó una de las olas represivas más gigantescas que recuerde la
humanidad, la "Operación P": en esas horas, alrededor de doscientas
mil personas fueron detenidas en una redada acción donde cayeron muchos
dirigentes sindicales, técnicos, profesionales.
En ese mismo año 1961 estalló en la ciudad matancera de Cárdenas la
protesta popular más masiva que se registra contra el régimen. Sus calles
fueron escenario de manifestaciones con calderas y ollas vacías ante las
restricciones impuestas al consumo. La protesta fue ahogada violentamente y la
ciudad inundada con tropas, tanques, artillería y aviación.
La "Operación P” tuvo de saldo un masivo presidio político con más
de treinta mil reclusos, campos de trabajo forzado como la UMAP, persecución a
homosexuales, intelectuales, santeros, testigos de Jehová, y un terror
generalizado a toda la población, que sobrecogida vio que el régimen no tenía
fronteras para la represión.
Esta primera parte del proceso esta muy ligada a la estrategia de
acceso, consolidación y transformación de la guerrilla en una élite de poder
burocrático-militar. Estos pasos se concretan en una lucha feroz alrededor de
la alineación con la URSS. El periódico Revolución, dirigido por Carlos
Franqui, enfrentaría una lucha virulenta contra la vieja guardia estalinista y
su ortodoxia. En julio de 1961 Castro formó las ORI, que asumirá las funciones
de dirección política en toda la Isla: ahí se agruparon lo que restaba del
Movimiento 26 de Julio y sectores del Directorio Revolucionario alrededor de
los núcleos del viejo Partido Comunista.
En un polémico discurso de diciembre de 1961, Castro culmina su
espectacular giro, al desplazar a veteranos guerrilleros y hacer equipo con los
viejos comunistas, enterrando la revolución agraria al manifestar que el
proceso cubano había sido y era proletario. Así, contrario a otras revoluciones
donde el grupo original se transfigura en el partido del poder, Castro liquida
la organización política que le dio el triunfo, el Movimiento 26 de Julio, e
impone su potestad auxiliada por una fracción minoritaria de sus guerrilleros y
de los que conforman el clandestinaje urbano, a los que integra a las ORI.
Pero al mismo tiempo destruyó el Partido Comunista y creó su propio
partido fidelista, al que llamó “comunista” para enfrentarse a los Estados
Unidos y obtener respaldo y poder de la Unión Soviética. La confrontación entre
estalinismo y desestalinización, que comenzaba a desgarrar el bloque soviético,
halla de inmediato interlocutores en Cuba. La vieja guardia comunista
atrincherada en las ORI, la revista Cuba Socialista, el periódico Hoy y las famosas
Escuelas de Instrucción Revolucionarias (EIR) simbolizaban la tendencia
estalinista.
Esta tendencia perdería su predominio poco después de los primeros años,
aunque algunos de sus elementos prominentes retornaron a los primeros planos en
la década de los setenta. Los nuevos marxistas, los guevaristas y elementos
procedentes de la lucha antibatistiana, teñidos con un vago socialismo, hallan
su modo de expresión en el diario Revolución, la revista Nuestra Industria, los
ministerios de Relaciones Exteriores y de Comercio Exterior.
La resistencia campesina
Como se ha señalado, en 1962 se empezó a aplicar una nueva estrategia en
la agricultura encaminada a ampliar el sector estatal, presionando a los
doscientos mil campesinos privados a unirse a las organizaciones económicas
estatales. El gobierno comenzó a confiscar las tierras de aquellos que no
vendían al estado, siendo los casos más representativos en las provincias
de Matanzas y Las Villas, cuyas producciones fundamentales se enviaban a La
Habana. Así, se fomentaría la oposición armada campesina o simplemente la
contracción de la producción privada a niveles de autoconsumo familiar.
Los levantamientos anticastristas que se producirían en estos primeros
tiempos, no exentos de injustificables excesos y crímenes, contaron con el
beneplácito de las capas rurales más pobres, temerosas de un minotauro estatal
que las iba regulando y controlando cada vez más. Puede decirse que los
alzamientos anticastristas del Escambray sería el único movimiento político
organizado de los campesinos cubanos en el siglo XX, pues la lucha contra
Machado fue un movimiento urbano, y la revolución contra Fulgencio Batista
resultó un movimiento de la clase media, con un tibio apoyo campesino fuera de
la Sierra Maestra.
La guerra civil campesina, definida por el régimen como Lucha contra Bandidos (LCB), en su etapa más aguda 1960‑1963,
provocó la contracción de la producción agrícola y mantuvo en precario la
alimentación de las ciudades. Los fusilamientos sin juicios, abusos, torturas e
injusticias cometidas por el régimen en las provincias centrales, durante la
"Limpia del Escambray" liquidó todo apoyo al gobierno de la población
en la zona.
De no ser por la represión organizada y la ayuda bélica recibida de la
Unión Soviética, el régimen hubiese naufragado en estos primeros años. Como
expresaría acertadamente Franqui años más tarde: "el Escambray no fue organizado por la CIA. Fue un alzamiento
interno, donde se confundían revolucionarios perseguidos, rebeldes y
campesinos, perseguidos por comunistas y Seguridad, aventureros y gente
afectada por la revolución".
La crisis de los cohetes
En febrero de 1960 arriba
a La Habana el vicepremier soviético Anastas Mikoyán, hecho que marcaría un
corte en el desarrollo del proceso, al acelerar Castro su cometido con la Unión
Soviética. La etapa siguiente de nacionalizaciones, se hallaba ya contenida en
la proyección política anterior, de vocación anti norteamericana y totalitaria.
La declaración de Castro
como marxista leninista a fines de 1961 coincide con está presencia
soviética, a partir de la cual la subversión exterior cobra interés político y
estratégico. En 1961, agentes de la KGB arriban a Cuba, para supervisar y
reorganizar la inteligencia. La victoria que logra Castro en Bahía de Cochinos
le ayuda a estabilizarse más firmemente y le provee de mayor valor a los ojos
del bloque soviético. El castrismo se debate en su disenso con Estados Unidos,
las marchas y contramarchas con respecto a la URSS, y la subversión general de
la América Latina
El premier sovietico
Nikita Jruschov concibe la posibilidad de solventar la falta de
bombarderos atómicos de largo alcance y "misiles" intercontinentales
(ICBM) y decide instalar en Cuba sus cohetes nucleares tácticos. Jruschov
pensaba que podía lograr una ventaja nuclear instantánea sobre los Estados
Unidos, instalando los cohetes de largo alcance en Cuba. Sólo que los servicios
secretos norteamericanos contaban con un elemento técnico que les posibilitó
detectar la instalación de los cohetes y obtener superioridad de información en
toda la crisis: el reconocimiento fotográfico aéreo utilizando los aviones
espías U-2.
En junio de 1962, Che
Guevara y Raúl Castro firman en Moscu un tratado secreto con para
reforzar las fuerzas armadas cubanas y emplazar los cohetes nucleares de
alcance medio en la Isla. Tras esta visita, alrededor de 21 buques soviéticos
atracan secretamente en Cuba, entre julio y agosto, descargando equipos de
guerra de enormes dimensiones, componentes electrónicos sofisticados y sistemas
de radares. Por otro lado, se recibían evidencias desde dentro de la Isla del
arribo de unidades de combate soviéticas que eran acantonadas en diversos
puntos de la isla de forma secreta y aisladas de la población.
Para septiembre, los
soviéticos se hallan envueltos en la construcción de los sitios donde serían
emplazados los cohetes intercontinentales en las localidades de Guanajay y
Remedios, y la de los cohetes de mediano alcance en San Cristóbal y Sagua la
Grande. El día 13 de septiembre la CIA vuelve a alertar a la administración
Kennedy de que las construcciones en proceso en Cuba eran el preludio para el
emplazamiento de cohetes atómicos que luego de instalados resultaría muy
difícil su remoción.
Los vuelos de espionaje
del U-2 se efectuaron con éxito sobre Cuba entre el 26 de septiembre y el 7 de
octubre. El 14 de octubre de 1962, los aviones U-2 de espionaje norteamericanos
tomaron fotos de la instalación de cohetes de alcance medio, con ojivas
nucleares, en territorio de Cuba. El día 13 de octubre, las baterías antiaéreas
cubanas, cumpliendo órdenes directas de Castro, derriban el U-2 espía que
pilotaba Rudolf Anderson a lo que siguieron horas de febril preparación
norteamericana para un inminente asalto aéreo y terrestre.
El 22 de octubre, horas
antes de que el presidente Kennedy hiciera una alocución pública denunciando la
presencia de armas ofensivas en Cuba, el secretario de estado Rusk se
entrevistaba con el embajador soviético. El presidente Kennedy anunció la
imposición de una cuarentena naval a Cuba sobre todo de equipo militar
ofensivo; la vigilancia aérea continua; la preparación de las fuerzas armadas
para cualquier eventualidad.
Asimismo, el presidente
Kennedy solicitó una reunión de urgencia del Consejo de Seguridad de la ONU.
Finalmente el presidente Kennedy se dirigió al presidente del Consejo de
Ministros soviético, Jruschov para que detuviese y eliminase la amenaza a la
paz mundial. Al día siguiente, el embajador norteamericano ante la ONU, Adlai
Stevenson presentó las pruebas de la instalación en Cuba de los cohetes
ofensivos.
U Thant, secretario de la
ONU, reclamó de el presidente Kennedy el cese del bloque y del premier Jruschov
el cambio de rumbo de todos los barcos en ruta hacia Cuba. Jruschov respondió a
U Thant proponiendo una
reunión cumbre y anuncia que suspenderá el envío de armas a Cuba si los Estados
Unidos levantaban su bloqueo naval. La Habana mantenía la posición pública de
que las armas instaladas en Cuba eran defensivas.
Al día siguiente, un
abatido Jruschov propone iniciar la negociación del retiro de los cohetes
nucleares y los bombarderos Il-28 de la Isla a cambio de instalaciones
norteamericanas cercanas a la Unión Soviética, en especial la remoción de los
cohetes estratégicos nucleares Júpiter que en 1959 habían sido emplazados en Turquía, el flanco sur europeo, y
que enfilaban hacia la profundidad de la masa continental de Eurásia.
Como resultado de la
Crisis de los Cohetes, el prestigio de Castro sufre un rudo golpe,
especialmente ante los No-alineados, al evidenciarse el papel de su régimen
como dependencia militar de una superpotencia, y por la forma en que
manejó públicamente tal aprieto sin contar con Cuba. Países como Ghana, India e
Indonesia demandan la inspección in situ del desmantelamiento nuclear, pero un Castro enfurecido les acusa de pro‑imperialistas;
su larga y tirante negociación con el soviético Mikoyán termina con la
aceptación del acuerdo secreto Jruschov-Kennedy, que prohibe las actividades
subversivas cubanas en América Latina.
Cultura
y Revolución
Para producir más
“literatura revolucionaria”, el gobierno cubano impulsó la creación de una red
de casas editoriales: la Imprenta Nacional, inaugurada en 1959 con la
publicación de 100,000 ejemplares de Don Quijote,
pronto se dedicó a ediciones masivas del libro de John Reed, Diez días que
estremecieron al mundo, y libros de
Máximo Gorki, Aníbal Ponce, Bertold Brech y otros.
Los primeros funcionarios de cultura, algunos provenientes de la vieja
guardia marxista, como Edith García Buchaca, Mirta Aguirre, Marta Arjona,
Mariano Rodríguez, Alfredo Guevara, Julio García Espinosa, Raquel y Vicente
Revuelta, Manuel Duchesne Cuzán, y Carlos Fariñas, trataron de conformar un
arte populista, basándose en el cartel político, el muralismo y las vallas. El documental igualmente pasó a ocupar un papel
central con Santiago Álvarez.
Se fundaron la
Unión de Escritores y Artistas de Cuba y las brigadas de jóvenes creadores
"Hermanos Saíz", con el fin de adoctrinarles en la original
ideología. De la misma forma, se estableció la cadena nacional de radio y
televisión, y en 1961, se instituyeron el Consejo Nacional de Cultura y la
Escuela Nacional de Arte.
Durante tres
viernes consecutivos en junio de 1961 se reunieron unas 100 figuras de la
cultura y la política en la Biblioteca Nacional. El gobierno estuvo
representado por Fidel Castro, el entonces Presidente Osvaldo Dorticós, el
Ministro de Educación Armando Hart y otras personalidades como el “viejo”
comunista Carlos Rafael Rodríguez. Castro pronunció su famoso discurso “Palabras
a los Intelectuales”. Dijo que las discusiones habían girado alrededor del
“problema fundamental… de la libertad artística creadora”. Todo el mundo estuvo
de acuerdo en que la forma debía ser respetada. El asunto esencial, dijo, era
la libertad de contenido. Entonces estableció la norma usada para juzgar lo que
se permitía y lo que se prohibía: “Dentro de la Revolución, todo; contra la
Revolución, ningún derecho”.
En el subconsciente de la vanguardia guerrillera
cubana yacía el complejo de su incultura, y Castro delineó las prioridades
intelectuales al ubicar la gesta bélica por encima de la obra artística,
cerrando el camino político a los intelectuales.
II.-
EL SOCIALISMO HEREJE (A LO CUBANO)
La
polémica de los modelos
Producto del desconocimiento de la mecánica económica del país, de su
comercio internacional y escasez de recursos financieros, la dirigencia de la
Revolución pensó alcanzar rápidamente la autosuficiencia económica.. Este error
se pagaría con creces y llevó al país a una vorágine de crisis de la cual nunca
ha podido substraerse. La dirigencia titubeaba ante el tipo de modelo económico
a aplicar para la transición al socialismo.
Existían dos criterios en la alta burocracia castrista sobre el tema: el
de los viejos estalinistas y el de los guevaristas. Los viejos marxistas
cubanos defendían que los estímulos materiales y la autogestión financiera
lograrían la modernización de la agricultura y la industria. "Che"
Guevara, secundado en silencio por Castro, promovía la formula del factor
conciencia, los estímulos morales y el trabajo voluntario, esperando que la
sociedad pudiera retribuir el trabajo excedente otorgado por el obrero.
Si bien Castro se salvó de una guerra de grupos al deshacerse del Che y
suprimir la micro-fracción estalinista de Escalante, una seria turbonada se
originaría desde la esfera intelectual. El debate sobre la desestalinización y
su corriente de reforma y apertura se trasladó de la cúpula a los intelectuales
y la nueva tecnocracia, dando lugar poco después a una disidencia de izquierda:
trotskista, anarquista, o social demócrata.
El concepto guevarista del “hombre nuevo” tenía más en común con los
desusados exordios escolásticos del medioevo monacal que con la energía atómica
y los avances de la ciencia. Las restricciones del consumo, el sacrificio sin
límites para construir el futuro luminoso de las siguientes generaciones y la
distribución igualitaria, se circunscribían a los productores; con respecto a
los dirigentes, seguirían en posesión de sus privilegios manipulando la
plusvalía social.
Al eliminarse el mercado de fuerza de trabajo sustituído por la
asignación estatal, se implementó el trabajo compulsivo. Al subordinarse la
gestión económica a objetivos políticos, se conformó un modelo económico
no-rentable que frenó cualquier propósito de desarrollo.
La industrialización, que previó inversiones para el período 1960‑1965
por mil millones de pesos, no trajo crecimiento. Ese proceso, preconizado por
Che Guevara, no partía de un plan o una idea coherente, sino del concepto
simplista de importar industrias que suplantaran importaciones. Así se inició
entonces el penoso camino hacia una descomunal acumulación primitiva de
capital, que agotó las fuerzas esenciales y gestoras de la Revolución, en medio
del caos social y de consumo, y de las limitantes en calificación técnica y
económica de la élite.
A medida que el estado burocrático imponía metas y sacrificios descendía
en flecha la productividad del trabajo. Pronto se abandonó el esquema de
lograr un país auto suficiente y económicamente dinámico por medio de la
agroindustria moderna. Los intentos de industrialización chocaron con los
deseos soviéticos de que Cuba se transformase en la azucarera del bloque
socialista, lo que no sólo mantuvo el esquema agrícola, sino que lo profundizó
en medio de la ineficiencia. El castro‑guevarismo se convirtió en una variante
de la teoría de la "revolución permanente", al considerar que el país
no contaba con los medios para un desarrollo económico autosuficiente.
El sectarismo
Castro nunca se convirtió en comunista: encontró y adaptó una ideología,
pero el comunismo cuartelario impuesto, sumado al totalitarismo, resultó en el
amargo fracaso de la década del sesenta. Mientras buscaba atenuar los
conflictos y crisis internas a través de la expansión armada de su régimen, la
lucha de grupos dentro de la maquinaria estatal se disfrazaría con la ideología
marxista. Pese a que ya se había extendido el proceso conformista entre las
masas populares y se había solidificado la hegemonía de Fidel Castro, la revolución
había presentado más de un intérprete y matices. Hasta 1963‑1964, primero
Aníbal Escalante (foto, de pie) y luego Che Guevara
presentaron posiciones propias desde las filas del poder.
En 1961‑1962 el proceso de estalinización institucional que llevó a cabo
Aníbal Escalante, como secretario de organización de las ORI, se produjo con
tal fuerza y rapidez, que al año siguiente Castro llevó a cabo un virulento
ataque contra él y sus seguidores acusándoles de “sectarismo”, temiendo
que la consolidación de un grupo con fuertes vínculos con la Unión Soviética,
se proyectase a largo plazo como alternativa e incluso pudiera suplantarle en
su papel de líder.
Tras propinar el golpe a Escalante y desmontar el aparato de las ORI,
Castro creó el Partido Unido de la Revolución Socialista (PURS) e inició la
etapa de los guerrilleros en el poder del Partido y el Estado. Hasta la
constitución del Partido Comunista en 1965, el estado asumiría funciones
políticas. A partir de entonces, poco variaría la composición general de la
nueva clase y del Partido.
El caso Marquitos
La creación del Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba
(PURSC) no detuvo la ojeriza de los guerrilleros con los militantes del antiguo
P.S.P, ni de estos con el poder personal bonapartista, y hubo una sucesión
constante de calamidades, peligros y crisis que finalizaron cuando Castro quedó
como árbitro absoluto entre las facciones.
Entre 1963‑1965 se produjo la brusca detención del impulso
revolucionario y espontáneo en los estratos dirigidos y dirigentes. Las huelgas
del presidio político y el agotamiento del régimen tras la sangrienta lucha
contra la oposición armada interna incrementaron la represión. Tal crisis no fue
definitiva para el régimen, puesto que los principales opositores se hallaban
en el presido, las organizaciones anti-castristas del exilio se habían
fraccionado, las masas se hundieron en la frustración y la supervivencia, y la
juventud, estrechamente regimentada, fue incapaz de traspasar el comentario
crítico al sistema.
Cuba apuntaló el monocultivo, el modelo de financiación presupuestada, y
el abandono de los intentos de industrialización. El igualitarismo que
generalizaba los bajos niveles de vida, era propuesto como
"justiciero" por la vanguardia profesional, que se creía en posesión
de una teoría perfecta, y trataría de identificar el destino de la nación con
el suyo. El estado burocrático-militar castrista iría reproduciendo una aristocracia
política guerrillera, distanciada de los productores e inmune a los preceptos
coercitivos, aislada de la población y del exterior, para evitar la
contaminación de ideas extrañas.
En 1963‑64 las corrientes marxistas cubanas en favor de la
desestalinización habían servido a Castro para eliminar el peligro político del
"anibalismo". A comienzos de 1964 comenzó el juicio contra Marcos
Rodríguez, un militante del Partido Socialista Popular acusado de delatar a un
grupo de asaltantes al Palacio Presidencial en 1957, que fue cercado y
asesinado (Joe Westbrook, uno de los asesinados,
a la izquierda en esta foto junto a Faure Chomón). Durante el juicio se sugirió que el delator había recibido
encubrimiento de altos jerarcas del antiguo partido, conocedores de su delito.
El 26 de marzo de 1964, Castro testificó en el juicio.
El "affaire Marquitos" había desatado una vez más una profunda crisis
y divergencias en el seno de la dirigencia, sobre todo entre antiguos
integrantes del Directorio Revolucionario y el viejo partido comunista, acusado
de colaboración conciente con el batistato.
El proceso demostró que las organizaciones antibatistianas aun
funcionaban como grupos dentro de la revolución y mantenían rivalidades y
vigilancia entre sí. Ante el peligro de división, Castro evita el choque entre
estos dos grupos y, tras criticar a la vieja guardia estalinista ordena el
fusilamiento del delator Marcos Rodríguez, complaciendo
a los miembros del Directorio Revolucionario, aunque sin hundir al PSP. Pero a
partir de entonces el Directorio sería apartado de los resortes más importantes
del poder.
La élite
Sin oposición interna y tras haber debilitado a los
viejos comunistas, Castro lanzó en octubre de 1965 la fundación de
"su" Partido Comunista cubano, con una plataforma política que
respondía más a su personalidad y acción, y a la hegemonía de su facción, que a
las ordenanzas de la central moscovita. Ese nuevo Partido Comunista, ensayado
en el PURSC, se abrogó el derecho de representar y regir el pensamiento
marxista en Cuba, monopolizado hasta aquel momento por los estalinistas. La
selección del comité central y sus órganos se realizó en base a “méritos
históricos”, y como la escala de valores consideraba la lucha guerrillera
rural (especialmente en La Sierra Maestra y el Segundo Frente Oriental) más
importante que el movimiento urbano clandestino, el núcleo rector lo
integraron los jefes guerrilleros del M-27-7, que comandara Fidel
Castro.
A partir de ahí se debilitaron las instituciones y
los jefes del Partido, conjuntamente con los del Ejército, lograron sobrepasar
a la administración. Aquel mismo año, se desactivaron los periódicos del
Movimiento 26 de Julio, Revolución, que dirigía Carlos Franqui, y el diario de los
viejos comunistas, Hoy, sustituídos por el
rotativo Granma. De 1965 a 1967 la élite del poder adquiere su razón de
ser y estilo definitivo; se reclutan entre los viejos guerrilleros, los
directivos del Estado , de las empresas, del partido y del ejército. Pero, más
que la hegemonía de un solo partido (el Partido Comunista Cubano) este proceso
produjo la hegemonía de una sola facción, la castrista, que tenía como
propósito principal garantízar la preservación del poder personal de su líder y
autoperpetuarse en el poder.
Los militantes de fila encuadrados en el partido y
juventud comunista, según su lealtad al régimen, serían promovidos como cuadros
ejecutivos de la nación, el Estado y la economía hasta niveles
intermedios; los simpatizantes fueron asimilados por las organizaciones de
masas como los comités de defensa, la federación de mujeres, y los sindicatos
como escalón para su posible membresía en las organizaciones políticas.
Una élite burocrática, masculina, blanca, insensible
a la represión y las privaciones monopolizaría el poder a nombre de una
supuesta profecía histórica. A veces Castro seleccionaba entre ellos chivos
expiatorios de sus fracasos, como hizo con Orlando Borrego, Osvaldo Dorticós (foto), Carlos Rafael Rodríguez,
Humberto Pérez, y Arnaldo Ochoa. La figura del Comandante sería temida e
idolatrada por el grupúsculo de la élite, mientras su poderoso dispositivo
propagandístico alentaría una atmósfera de agradecimiento a su persona, de
lealtad suprema, que podía ser recompensada con cargos y prebendas.
La lucha contra el burocratismo
El reflujo del movimiento revolucionario con respecto a las clases
productoras era evidente en 1965‑1967, años en que se llega a la cima de la
curva, tanto en política externa como en economía. Los elementos de esta crisis
estallan entre 1967 y 1968, de extrema vulnerabilidad política y de
violentos choques intestinos, donde estaba en tela de juicio el rumbo del
castrismo. Como telón de fondo están la agudización del cisma sino-soviético,
la guerra de Vietnam y el inicio del mito del “Guerrillero Heroico”.
El descenso estuvo condicionado por el enfrentamiento de los castristas,
ahora imbuidos de “guevarismo”, y los estalinistas que
conformarían una micro-fracción liderada por Aníbal Escalante.
Castro quebró el espinazo de la naciente tecno-burocracia, desmanteló la
institucionalización al entronizar el criterio de construcción simultánea del
socialismo y del comunismo, desencadenó la llamada ofensiva revolucionaria, la
ética moralizante, y las movilizaciones agrícolas, dando un bandazo radical en
medio de la crisis interna.
El aplastamiento de la "Primavera de Praga" marcó el fin de la
desestalinización dentro de los países del bloque soviético y la fosilización
del marxismo, cuyo rejuvenecimiento se intentaba desde las izquierdas
independientes europeas.
El socialismo cubano había fracasado en toda la línea; la economía no
salía de su grave crisis; la estrategia de la revolución permanente en el
exterior y el "foco" guerrillero guevarista habían fracasado
estrepitosamente en el altiplano boliviano. Estados Unidos no mostraba interés
en una reconciliación con el régimen. La Unión Soviética mostraba su irritación
ante el socialismo cuartelario cubano, y China había engavetado a Fidel Castro
al no lograr su alineación. Por otro lado, la débil respuesta del régimen ante
la invasión norteamericana a Santo Domingo y su apoyo a la soviética en
Checoslovaquia le había mermado la estima de las guerrillas latinoamericanas.
Para fines de los sesenta, la ofensiva antirreligiosa llegó hasta la
prohibición de los permisos para las fiestas religiosas de santería y los
plantes Abakuá. Se implantaron leyes y normas represivas contra la vagancia,
los absentistas, la persecución a los homosexuales y su separación de
actividades docentes, culturales y de dirección. Se aplicaron medidas de
un puritanismo ajeno a las costumbres de la población, como la clausura de los
centros nocturnos, salones de baile, y venta y consumo de bebidas alcohólicas.
La militancia del partido y la juventud comunista, siguiendo las consignas, fue
compelida a dejar de fumar emulando la decisión personal del Comandante. Se
vigilaba y cuidaba el adulterio entre los militantes, al punto que la policía
efectuaría requisas en las "posadas" en busca de esposas infieles a
miembros del partido, militares y miembros de la seguridad.
Esta doctrina castro-guevarista del Hombre Nuevo también se encuentra en
las obras del "joven Marx" y en la propaganda del Nacional Socialismo.
Los factores morales como palanca de estímulos abrazados por Castro, fueron
además delineados por Mao Zedong que alababa a ese ejemplar perfecto como la
piedra angular del despegue económico, sobre todo debido a que el
"ethos" revolucionario y no la calificación técnica, es la condición
suprema del cuadro dirigente.
El régimen utilizaría el sistema de becas, los medios masivos de
información, la música y prolongadas movilizaciones para el trabajo voluntario
agrícola, para inculcar los principios del “hombre nuevo”. Pero el
resultado fue desalentador en extremo: el nuevo estilo de vida impuesto a lo
que llevó fue al incremento de la delincuencia juvenil, y del mercado negro, al
descenso de los rendimientos escolares, la elevación del ausentismo laboral y
el recrudecimiento de la inestabilidad familiar.
Salón
de Mayo y Congreso Cultural de La Habana
Desde las universidades, y grupos teatrales, en
obras literarias clandestinas, en lienzos y en poemas, una parte de la joven
intelectualidad se rebelaría ante una revolución petrificada en el populismo y
secuestrada por la burocracia militar castrista. Ante la disidencia latente, el
estado estableció entre 1965 y 1972 un riguroso control en la cultura,
desconociendo los derechos de autor, liquidando las individualidades rebeldes,
y las tendencias culturales sospechosas.
En 1965 se desata la campaña contra la dolce vita, supuestamente para
moralizar el aparato de dirección, en realidad para acallar las críticas ante
la vida de escándalos de altos funcionarios del régimen. Al mismo tiempo tiene
lugar la primera gran cacería oficial de intelectuales y homosexuales que van a
parar a los campamentos de trabajo forzado, las Unidades Militares de Apoyo a
la Producción (UMAP). La publicación de la UNEAC, La Gaceta de Cuba, le declaraba la guerra a la editorial El Puente, que por esa época reunía a un grupo de poetas
mirados como tibios ante la revolución.
El escritor Jesús
Díaz, laureado con el premio Casa de las Américas y entonces profesor de
filosofía, fundador del semanario El Caimán Barbudo junto a Víctor
Casáus, promovió el debate matriz acerca de cómo enfocar la misión del escritor
y el artista en el proceso de transformaciones revolucionarias. En su polémica
con el versador Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí), al cual tildó de populista,
Díaz abogó por la pureza de la literatura revolucionaria, concepto que explicó
en la revista Bohemia, un su artículo Para una cultura
militante, estableciendo que en Cuba, el arte con
perspectivas era sólo el de la Revolución, y haciendo uso de la interpretación
marxista del fenómeno de la cultura, precisaba que las obras de arte eran sólo
una género particular de producción, un trabajo concreto.
De forma
aparentemente contradictoria, la represión y los intentos de proletarizar a la
intelectualidad, coincidían con un “boom” de libros y películas no
convencionales. Por ejemplo, Memorias del subdesarrollo (Edmundo Desnoes,
1965) fue más una novela existencialista que de realismo socialista. Más
notable aún fue la abundancia de películas contestatarias en La Habana de 1966
a 1968, como la británica ¡Morgan! que hacía burla de
Karl Marx y el Partido Comunista de Gran Bretaña y describía la perforación con
una pica del cráneo de Trotski por un asesino explícitamente identificado como
un agente que actuaba por órdenes de Stalin.
La oposición a la
ortodoxia cultural al estilo soviético culminó en una exhibición de arte
vanguardista llamada Salón de Mayo (Salon de Mai), trasladada de París a
La Habana bajo la dirección de Carlos Franqui en junio de 1967, y el Congreso
Cultural de La Habana en enero de 1968. Esta fue la época en que Cuba y la
Unión Soviética estaban en desacuerdo sobre temas como la estrategia
revolucionaria en América Latina y la herejía del Comandante de querer
construir el socialismo y el comunismo al mismo tiempo. Por eso Castro eligió
hacer alarde de su desafío a Moscú para incrementar su prestigio entre la Nueva
Izquierda en los países occidentales. En este sentido, tanto el Salón de Mayo
como el Congreso Cultural de La Habana fueron espectáculos propagandísticos
para consumo en el extranjero.
Incluso el
Congreso Cultural de La Habana, que se suponía representara el punto más
elevado de “tolerancia” a mediados de los 60, produjo una Declaración General
que llamaba a los escritores a luchar contra el “colonialismo cultural” a
través de la “lucha armada” (si era necesario) y a emprender “una revolución
real en la cultura” que diera lugar al nacimiento del Hombre Nuevo. Literatura,
arte, ciencia, cada una se convertiría en un “arma de lucha” en manos de la
“vanguardia cultural”. El Congreso concluyó nada
más y nada menos que el trabajo intelectual no podía existir separado y opuesto
al trabajo físico, ni como una categoría privilegiada y que el progreso de la
conciencia comunista impedía la mercantilización de la creación artística.
La construcción simultánea del socialismo y el comunismo
El castrismo estimaba que la sociedad cubana podía marchar y crecer
aislada de la comunidad económica internacional, y que el tránsito al
socialismo se aceleraba mediante la aplicación del comunismo de guerra, a
través de una acumulación originaria agraria, descansando en el impulso
supremo de la industria azucarera y en la militarización de todo el aparato del
estado.
En la estrategia disparatada de la construcción simultánea del
socialismo y el comunismo, el castrismo consideraba que tras la estatización de
toda la economía tal salto era factible, mediante la combinación de la supuesta
elevada productividad del Hombre Nuevo socialista (estímulos morales), y el
estilo de dirección militar. Por eso, era la conciencia y no la técnica lo que
había que desarrollar primero. Las administraciones desconocerían los
resultados individuales en el trabajo, regulados entonces por el factor
conciencia; importaba el número de horas laboradas y el volumen de producción,
no así la productividad o la rentabilidad.
El período de la construcción simultánea impuso la congelación salarial
extendiendo la jornada extra-laboral voluntaria por encima de las diez horas
diarias, aunque tal norma sólo pudo lograrse ejerciendo una coerción
extraeconómica sobre los productores mediante la compulsión política, la
obligatoriedad del trabajo, el empleo forzado de la extensa población penal en
proyectos económicos, y el ineludible plan estudio-trabajo para los
estudiantes.
En medio de una economía de guerra y una extrema dependencia
tecnológica, militar, financiera y comercial a la Unión Soviética, se desató la
lucha contra el burocratismo, que en esencia era la eliminación de los aparatos
económicos y contables, y la “ofensiva revolucionaria” de 1968 contra los
pequeños productores y comerciantes privados, liquidándose las relaciones
comerciales y contractuales entre el estado y los productores privados, tanto
agrícolas como urbanos.
En julio de 1968 Castro expresó que el dinero paulatinamente iría
perdiendo su utilidad a medida que se ofrecieran gratis los servicios y demás
funciones sociales y públicas (medicinas, libros, asistencia médica, educación,
espectáculos deportivos y culturales), a lo que seguirían los productos
alimenticios, el calzado y la vestimenta, liberándose la libreta de
racionamiento hasta que la “distribución comunista” fuese total. El dinero
comenzó a perder su valor de cambio provocando la regresión de una economía de
mercado a una producción de subsistencia, especialmente en el medio rural.
La construcción simultánea, además de un terrible experimento social fue
un paliativo para camuflar la catástrofe productiva, de consumo y la inflación
que sufría el país. Los estímulos morales nunca lograron los resultados
esperados. La proclamación de una esfera gratuita de distribución, no se
produjo por incremento económico, sino por desvío de recursos de otros sectores
financiados por el trabajo voluntario, los altos precios a un grupo selecto de
productos y actividades de recreación.
La militarización de la sociedad
Como consecuencia de las leyes sobre
la vagancia, el ausentismo y las llegadas tardes, los organismos creados para
dirimir los litigios laborales y las direcciones sindicales, se convirtieron en
meros apéndices de las administraciones. La Ley contra la Vagancia, que rememoraba
legislaciones isabelinas sobre los vagabundos, puesta en función en abril de
1971, consideraba hasta prisión de cinco años a elementos antisociales
reincidentes en no trabajar.
Al establecer la prioridad del desarrollo económico
hacia las zonas rurales, el castrismo afectó las concentraciones urbanas,
especialmente los focos obreros. El trabajo voluntario y las granjas de
trabajo forzado se transformaron en un elemento de producción necesario. La
fuerza de trabajo bajo el régimen voluntario y en muchos aspectos de la
economía, estaría encuadrada a la disciplina cuartelaria, mientras las fuerzas
armadas y las becas escolares proveerían también fuerza laboral a la economía.
El servicio militar obligatorio y el sistema de
becas tecnológicas se transformaron en reclutamiento de mano de obra con vistas
a enfrentar labores agrícolas y de construcción. Su versión más extrema fueron
las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP), campos de trabajo
forzado. Pero quedaría demostrado en toda su extensión que el trabajo
compulsivo no resulta económicamente productivo.
La militarización del trabajo, junto al trabajo
forzado, serían modalidades encubiertas aplicadas extensivamente. La maquinaria
creada para las movilizaciones políticas y las militares fue usada también para
movilizar fuerza de trabajo civil, especialmente en las recogidas y siembras
agrícolas y la construcción. En la agricultura se generalizaría la
terminología militar: “puesto de mando, brigada, batallón, columna". Se organizó
la fuerza de trabajo no calificada en columnas formaciones que eran trasladadas
a las áreas y ramas económicas jerarquizada¬s. Así nació la Columna Juvenil del
Centenario para las labores agrícolas; la Columna Ferroviaria, que asumiría la
construcción de vías férreas; la Columna Juvenil del Mar, que prepararía
futuros marinos. Según un estudio inédito del Ministerio de la Agricultura de
1978, los reclusos y presos políticos se utilizaron en la agricultura y
la construcción, supliendo en algunas provincias hasta el 15% de la fuerza de
trabajo agrícola. (MINAG. Estudio. 1978, Inédito).
La constante fue la restricción del estudio de
carreras universitarias de humanidades, gran parte de cuya matrícula se reservó
a militantes del Partido, funcionarios, miembros del Ministerio del Interior y
de las fuerzas armadas. Por mucho tiempo muchas carreras como filosofía,
sociología, economía, y contabilidad, fueron abolidas. Hubo momentos, a finales
de la década sesenta, que se manejó la intención de discutió integrar todo el
estudio preuniversitario a las Fuerzas Armadas, como se había hecho con los
estudios tecnológicos, dirigidos desde un viceministerio de educación
técnico-militar. Castro llegó a plantear la disolución de los estudios
universitarios regulares, para dejar solo los centros tecnológicos medios,
cuyos graduados perfeccionarían su especialidad en su trabajo; así, toda la
actividad productiva del país se convertiría en la universidad perfecta de la
colectividad. Al efecto, proclamó en uno de sus discursos:
[…] y a propósito de esa
desaparición de las universidades ¿que significa eso? El día en que sean
cientos de miles de jóvenes los que arribaran ya a un nivel de conocimiento de
preuniversitarios, graduados en los institutos tecnológicos; cuando sean
cientos de miles, entonces, todos esos jóvenes, con una capacitación técnica,
pasarán a las actividades productivas. (Granma. Diciembre 18 de
1966).
El
castrismo
Con los años va a
ir surgiendo una hornada de "jóvenes marxistas" que se forma en el
antisovietismo resultante de la crisis de los Cohetes en 1962 y el diferendo
chino-soviético, la utopía de una nueva ética individual y un "hombre
nuevo". Son jóvenes que maduran con el descalabro del "Quijote
guerrillero" y la ocupación soviética de Checoslovaquia. Para muchos en la
nueva generación de izquierdistas cubanos, el prototipo de “revolucionario”
será una amalgama de Daniel Cohn Bendit, León Trotsky, Sigmund Freud y
Alexander Solshenitzin: una especie de "anti-Castro"
Fidel Castro, al
igual que Lenin, era un fiel seguidor de los postulados maximalistas, que
chocaban con las concepciones de una revolución democrática, liquidando el
pluripartidismo e ilegalizando cualquier otra organización revolucionaria.
Castro rechazó con brutalidad las corrientes internas antisoviéticas,
trotskistas y anarquistas que pululaban en los centros universitarios e
intelectuales. Su nueva estrategia agrarista no hizo caminar la maquina
económica. El fracaso le precipitó a echar mano de otros elementos: definió su
estrategia de despegue económico aprovechando la ventaja internacional que
ofrece la especialización azucarera cubana, contando con utilizar el campo
socialista para los aspectos básicos en sectores estratégicos, y complementar
al mismo con tecnología de la Europa occidental.
La ofensiva revolucionaria
El año 1968 marcó el punto más represivo dentro del modelo de
"construcción simultanea" del socialismo-comunismo,que recibió el
nombre de “ofensiva revolucionaria”, con la incautación forzada de toda
actividad privada urbana, por pequeña que fuese. Con el objeto de liquidar el
capitalismo, se incautaron más de 50,000 negocios, propinándose un golpe mortal
a la pequeña producción y al comercio minorista gestado por el pueblo, paralelo
al estado, y ubicando a Cuba como el país comunista de más elevada
estatización. Solamente en La Habana se cerraron 6,500 de estos comercios
privados.
La campaña descansó en la falacia de que los individuos dedicados a
estos negocios eran “elementos antisociales”, al igual que su
"clientela", que explotaban al pueblo trabajador como parásitos. La
paradoja era que aproximadamente la mitad de estos pequeños negocios privados
había surgido en pleno socialismo, ante la deficiencia de la economía estatal,
los servicios y la falta de flexibilidad e imaginación para resolver los
pequeños problemas de la vida cotidiana.
La progresiva eliminación del dinero nunca quebró las relaciones
mercantiles que el propio pueblo creó a través del enorme mercado negro y la
vasta red de producción artesanal clandestina, que redistribuía y reelaboraba,
recuperando los deshechos industriales. El país vive hasta hoy con dos
economías paralelas, regidas cada una con sus leyes propias: la central
planificada, regulada y racionada, y una economía de mercado solapada, generada
por el propio pueblo -el mercado negro-, donde la oferta y demanda se
auto-regulan perfectamente.
El Líder Máximo esperaba dar un salto económico con una zafra azucarera
gigante de diez millones de toneladas de azúcar. El llamado “esfuerzo decisivo”
consideraba consolidar al país como el primer exportador azucarero del mundo.
Por una parte se trataba de competir con los principales productores
cafetaleros del planeta, mediante el plan Cordón de La Habana; y
desbancar a Israel y África Norte con el cítrico de la otra isla cubana, la
Isla de Pinos, y del sur de Matanzas.
La Unión Soviética había neutralizado la factibilidad de una alianza
Castro‑Mao, y Cuba dependía cada vez más del trigo, el petróleo, el mercado
azucarero, la información de inteligencia y el armamento soviético. Los años de
la política industrialista, finalizaron con la estrategia agro-azucarera y la
zafra gigante para 1970, y conformaron el momento de consolidación de la élite
guerrillera castrista.
El
Caso Padilla
A pesar de las
presiones en contra, el 22 de octubre de 1968, el jurado del premio de la
Unión de Escritores y Artistas decidió por unanimidad otorgarle el premio de
poesía a Heberto Padilla por el poemario Fuera del Juego. Días después, el comité ejecutivo de la UNEAC se
reunía para debatir si publicaban el libro. También tenían que decidir qué
hacer con la obra de Antón Arrufat Los siete contra Tebas,
que había ganado el premio en teatro. Por órdenes de Fidel Castro, Fuera del Juego y Los siete contra
Tebas fueron publicados por la UNEAC en noviembre de
1968, con un prefacio de la UNEAC, que señalaba que Padilla era un
“reaccionario” cuyas actitudes eran “típicas del pensamiento más derechista”.
El asesinato moral
público del poeta Padilla en 1968 inauguró un nivel de terror desconocido hasta
entonces para los intelectuales. Durante estos años, algunos de
ellos fueron obligados a hacer “confesiones” humillantes o fueron
simplemente enviados a prisión. La cultura cubana fue politizada e incluso
militarizada hasta un punto improcedente. Se exigió conformidad total; la única
alternativa segura era mantenerse tranquilo y no hacer nada que pudiera llamar
la atención.
Mientras tanto, el
escritor Lisandro Otero decía en una reunión en octubre de 1968 que se le debía
dar “una buena paliza a los contrarrevolucionarios que tratan de enarbolar los
problemas checoslovacos”. La Primavera de Praga había sido aplastada poco antes
por los tanques soviéticos. Otero dijo que el escritor debía ser “un soldado en
la lucha ideológica”. La intolerancia de Castro se puso de manifiesto
completamente y los intelectuales de la Nueva Izquierda que lo habían adulado
descubrieron que habían estado rindiéndole culto a un tirano en vez de a un
nuevo Mesías. Fue el Fin de un Romance.
Padilla seguía
trabajando en una novela titulada En mi jardín pastan los héroes. El título solo era una referencia al culto de los
héroes revolucionarios, incluido el propio Castro, a quien a sus espaldas le
llamaban “El Caballo”. A las 7 AM del 20 de marzo de 1971, la Seguridad del
Estado fue a casa de Padilla y lo arrestaron a él y a su esposa, la poetisa
Belkis Cuza Malé. Registraron la casa y la policía encontró copias de la
novela.
Cuando
encarcelaron a Padilla en 1971 Cuba se sumió más profundamente en una “era de
tinieblas” de la represión intelectual. A los escritores en la “lista negra” se
les negó la publicación de sus textos o fueron acusados del nuevo delito de
“propaganda enemiga” y recibieron duras sentencias de prisión. Después que fue
creado el Ministerio de Cultura en 1976, muchos escritores fueron sacados de la
“lista negra” pero no cambió la política cultural cubana. El gobierno continuó
arrestando y condenando a prisión a periodistas, narradores, historiadores e
incluso caricaturistas que fueron tildados de estar “contra la Revolución”.
En el gran circo
preparado por la UNEAC en la noche del 27 de abril, pocas horas después de la
liberación de Padilla, éste hizo una patética autocrítica en la cual llamó a
sus argumentos “enfermos y negativos” y se llamó a sí mismo “estúpido…
completamente venenoso… corrosivamente contrarrevolucionario”.
Internacionalmente, el Caso Padilla fue una tremenda derrota para Castro, y el
propio Padilla fue el máximo responsable por crearla.
El Congreso de Educación y Cultura
En abril de 1972 tuvo lugar el Primer Congreso de
Educación y Cultura, donde hizo crisis el choque del gobierno con el malestar y
la disidencia de los intelectuales que discrepaban de la política económica y
el totalitarismo imperante. El Congreso sería la culminación del proceso
desatado contra el grupo de intelectuales extranjeros solidarios con Padilla,
como K. S. Karol, Dumont, Mario Vargas Llosa, Jorge Luís Borges, Gabriel García
Márquez, Julio Cortázar. De este grupo, sólo García Márquez restablecerá las
paces con Castro.
El Congreso abrazó la ortodoxia estalinista
respecto a la cultura, al punto que en su discurso de clausura Castro expresó
que "por cuestión de principios, había algunos libros de los cuales no se
debía publicar ni un ejemplar, ni un capítulo, ni una página, ni una letra".
Castro aclaró ante la reunión con los intelectuales el derecho que
asistía al gobierno a regular, revisar y fiscalizar las manifestaciones de tipo
intelectual o artístico, por su importancia en cuanto a la educación del pueblo
o a la formación ideológica. Impugnar este derecho de censura, plantearía
Castro "sería incurrir en un problema de principios, porque negar esa
facultad al gobierno revolucionario sería negarle al gobierno su función y su
responsabilidad".
Castro amplió el término de creador intelectual para los hombres
políticos, los técnicos y profesionales, ahogando en esta masividad el peso de
los creadores de la cultura cubana, adelantando además el criterio de que la
creación tendría que ser obra de equipos de hombres más que de nombres
individuales, y que los creadores individuales no debían firmar sus obras:prefiguraba
el triste papel de Saturno que desempeñaría el Consejo Nacional de Cultura y
luego el Ministerio de Cultura, sellando de esta forma la suerte del poderoso
movimiento creador que subyacía en el trasfondo de la propia revolución.