martes, 3 de septiembre de 2019


EPIGRAFE. IV
Genio R. Lobo.
Mediante y a través de varios epígrafes, pretendo iniciar un análisis sobre eso que varios historiadores han denominado “la rebelión” contra el culto a los ídolos patrios, el país está en vías de una transición, no solo política, sino también cultural, histórica e intelectual, el entenderla para llevarlo no solo a la prosperidad productiva y económica, sino también cultural constituye una iniciativa fundamental, hacia allá mi análisis.
Siguiendo a Tomas Straka en su obra, La épica del descontento, me referiré a: German Carrera Damas, Elías Pino Irturrieta, Guillermo Morón y Manuel Caballero. Instauradores de una “rebeldía” histórica.

“Así, como quien sale a la calle con el uniforme del mariscal del abuelo, para ocultarse bajo sus galas, de ese modo Venezuela ha hecho del historicismo la base  ideológica de su proyecto como nación.” (La épica del descontento. Tomas Straka)

“desde la década de 1840, un grupo significativo de venezolanos se ha preguntado, seriamente, sobre las bondades del “culto” al Libertador y su Gesta Histórica, así como sobre su conveniencia para la construcción de un modelo de vida colectiva” (La épica del descontento. Tomas Straka)

“¿Por qué un venezolano no puede simplemente disentir de Bolívar, como en efecto lo hemos hecho tantas veces, como lo hicimos entre 1826 y 1830, y  por eso no convertirse en una especie de   traidor a la patria? (Tomas Straka, La Épica del Desencanto)
¿Por qué toda propuesta  debe buscar coincidencia con el Libertador para que sea legitima?  (Tomas Straka, La Épica del Desencanto)
“La historia es la memoria colectiva de la humanidad, es el análisis del desarrollo de los hombres en sociedad, y eso no puede reducirse a un solo hombre por muy influyente que haya sido” (La épica del descontento. Tomas Straka)
“Entre 2003 y 2007 pasó un hecho sin precedentes en la historia republicana de Venezuela. Mejor dicho: sin precedentes en la historiografía que los venezolanos hemos escrito, enseñado y aprendido desde que nos constituimos como república independiente, de forma definitiva, en 1830. Los cuatro historiadores vivos más importantes de la hora publicaron sendos ensayos para denunciar y sobre todo deslindarse de lo que, hasta entonces, mayoritariamente había entendido la sociedad venezolana como la más preciosa de las herencias del Libertador. Es decir, se deslindaron de ese almácigo de ideas, que desde hace siglo y medio se han mostrado susceptibles de las más variadas y hasta contrapuestas interpretaciones, a las que de forma general hemos llamado bolivarianismo; ideas, ahora más que nunca, cuando república hasta se apellida en su título oficial de “bolivariana”, proclamadas como las fuentes nutricias de nuestro ser como nación….O lo que es lo mismo: por primera vez desde la década de 1840, un grupo significativo de venezolanos se ha preguntado, seriamente, sobre las bondades del culto al Libertador y su Gesta Heroica, así como sobre su conveniencia para la construcción de un modelo de vida colectivo.” (Tomas Straka. Ibid).

“El culto a Bolívar, esbozo para un estudio de la historia de las ideas en Venezuela”, “El bolivarianismo-militarismo, una ideología de reemplazo”, de Germán Carrera Damas,  

“se trata de un problema de envergadura: el de la redefinición de nuestro proyecto como país, el del modelo de democracia que en cuanto tal queremos y el del rol que la memoria del Libertador puede tener en la misma Una memoria que si bien en 1842, en 1883 o en 1910 sirvió como una especie de tabla de salvación para darle cierta cohesión a una república que hacía aguas, y que ahora, cuando ya la nacionalidad y la república –o al menos determinada idea de ellas– están al margen de toda duda, algunos sectores, sobre todo los más vinculados con lo que representó el ensayo democrático, civil y en términos generales liberal que se vivió de 195a 1998, ven como una amenaza para la libertad.” Ibid

“la gesta heroica, la Edad de Oro de los Padres de la Patria tuvo el poder de un antídoto milagroso: “seremos porque hemos sido”, la solución del “optimismo lírico” frente al “pesimismo sistemático”7. Por eso fue que la Historia Patria y su bolivarianismo pudieron convertirse en la “filosofía” del Estado venezolano.”.

“El problema está en que lo que sirve para una cosa no puede ser de automático usado para la otra, y el bolivarianismo que en 1860, en 1880 o incluso en 1910, era una salvación, para 1970, por poner la fecha en la que se edita por primera vez el demoledor El culto a Bolívar de Germán Carrera Damas, que pone un antes y un después en nuestra historiografía y sobre todo en nuestra manera de relacionarnos con la memoria del Libertador, ya no lo resulta tanto. Más aún: ahora puede ser una amenaza para que esa nación ya consolidada se atreva a caminar sin el tutelaje de su Padre Fundador… y en rigor sin ningún tutelaje más. Es decir, para la construcción del nuevo proyecto: el democrático.”

“la libertad recién inaugurada en 1958, pronto refrendada por la autonomía universitaria y por la libertades de cátedra y de expresión, fue tal que se pudo pensar sin  restricciones; tanto, que se pudo romper con la “filosofía política” del Estado y, en muchas ocasiones, hasta alzarse francamente contra él, promoviendo la revolución socialista de corte marxista-leninista, sin grandes temores a ser encarcelado, (sobre todo después de la pacificación de la guerrilla en 1968) y sin ninguno a ser removido del cargo o censurado en sus publicaciones. Esta historiografía no sólo esperó dar respuestas a los nuevos retos de la democracia –y en muchos casos, para la construcción del socialismo, comoquiera que muchos de sus portavoces eran marxistas– sino que era hija de dos aspectos directamente atribuibles al proceso de modernización y democratización que se inicia en 1936 y que hace plena eclosión entre 1945 y 1958: el de la profesionalización y disciplinamiento del oficio de historiador”. (Boletin Academia Nacional de la Historia).

Elías Pino Iturrieta El divino Bolívar, ensayo sobre una religión republicana es un libro revelador de un tiempo y de un autor, porque une dos de las vertientes de su obra pocas veces comunicadas entre sí –la política de actualidad y la historia de la ideas, porque la historiografía es parte integral de ellas– para entender a Venezuela, la de ayer y la de hoy. La circunstancia de una Venezuela en la que el bolivarianismo ha cobrado inusitado vuelo, y que además lo ha cobrado de un modo que parece confirmarle la tesis con la que abre fuegos desde la primera página: la de “los prejuicios que puede acarrear a la sociedad la sobrestimación de los pasos de un héroe por la historia”, lo enfrentó al culto a Bolívar, senda abierta por Germán Carrera Damas hacía treinta años y no muy transitada por otros hasta entonces.” ,,,, “Lo llevó, es decir, al problema teórico de cómo un mecanismo ideado por la sociedad para sobrevivir –el culto al héroe– puede llegar a convertirse en una amenaza para su existencia. En, retomemos la frase de Marx, una especie de opio, que primero le calma los dolores y le amansa los pesares, para después devorarle las entrañas, poco a poco. Pero no sólo por el interés en la indagación teórica, sino también –y sobre todo– para brindar herramientas con que revertir la situación. Porque el problema, sostiene, no es que los pueblos tengan héroes para cohesionarse en una identidad: el problema es que sean incapaces de caminar sin su tutela y, peor, que se cobijen bajo su sombra para eludir sus desatinos, como esos adultos que jamás logran madurar ni deslindarse de la falda de su madre” (Tomas Straka. Ibid).

“La posibilidad de observar con ojo crítico algunos aspectos del culto apenas existe cuando de la manipulación de sus contenidos surge una patología”,,,,” Una patología: eso es justo lo que ve y denuncia en el muy adolorido ego de la república venezolana, así como en los mecanismos de defensa que se ideó. “La república naciente, convertida en desierto por la inclemencia de la guerra, debe acudir al pasado próximo para sacar de sus hechos la fuerza necesaria en la inauguración del camino”; sí: “en la epopeya que acaba de terminar encuentra abono un sentimiento susceptible de unificar a la sociedad, mientras se pasa de la pesadilla de los combates a la pesadilla de un contorno agobiado por las urgencias” (Tomas Straka. Ibid).

“Chávez, que le cambia el nombre a la república, apellidándola “bolivariana”; que en su visión de la historia considera como perdido todo el siglo y medio, los casi ciento setenta años que van desde la secesión de Colombia a su advenimiento al poder, con lo cual, entre otras cosas, se desdice de los logros que tentativamente pudo tener el ensayo civil y democrático que lo precedió; y con lo cual, además, vuelve a depositar en la casta guerrera de los Libertadores los valores sustanciales de la nación, como hicieron todos los gobernantes militares (y muchas veces dictatoriales) de antes; Chávez, que es prolijo en gestos y frases bolivarianas, que jura ante al Samán de Güere una versión libre del Juramento del Monte Sacro, para después hacérsela recitar a sus seguidores; que lanza parrafadas, según Pino, con la entonación, pero sin el vuelo, de Eduardo Blanco,
mientras habla de socialismo; que es considerado por los espiritistas una reencarnación de Guaicaipuro y del Libertador; viene a ser algo así como la consumación de la “patología”. (Tomas Straka. Ibid). (Boletín Academia Nacional de la Historia.  )

Manuel Caballero. “…no soy bolivariano por la misma razón que no soy antibolivariano. Es decir que no creo que quien pretenda escribir un análisis, llámese histórico, político, sociológico, filosófico o todas esas cosas unidas, deba adoptar una actitud semejante. Y eso, ni siquiera con referencia a la más relevante personalidad posible: se puede escribir una historia cristiana o por el contrario anticristiana; es también posible escribir una historia mahometana o antimahometana. Pero en ambos casos, queda claro que (cualquiera que sea su dimensión) se estaría escribiendo un panfleto político, filosófico y hasta histórico, pero no se estará frente a un libro de historia. Porque la historia es la memoria colectiva de la humanidad, es el análisis del desarrollo de los hombres en sociedad; y eso no puede reducirse a un solo hombre, por influyente que haya sido”  (Ibid)

Bolívar había sido fundamentalmente usado por regímenes autoritarios y militares, que es como decir todos los que tuvo Venezuela en su primer siglo de vida independiente (bolivarianos fueron Guzmán Blanco, Gómez, López Contreras y, en un grado algo menor, Pérez Jiménez) como pábulo para el orden y la unidad, acaso las necesidades más urgentes de aquella república tan joven como tambaleante; sus glorias guerreras eran presentadas como los antecedentes de las de los generales de turno al mando, que se presentaban a sí mismos como sus herederos en la construcción de la patria grande; su vida castrense se enseñaba en la pedagogía cívica (mejor: cívico-militar) como el muestrario de los valores de la nación; su épica como la cartilla del nacionalismo frente a las ideologías “disolventes”, bien sea el comunismo en el siglo XX o, como antes de que éste apareciera en escena, simplemente para que “cesaran los partidos”, frase que hábilmente manipulada siempre le vino bien a cualquier dictador. Pues bien, aunque los regímenes civiles que se suceden en el poder entre 1958 y 1998 no abandonaron el culto bolivariano, ya esencial en la identidad de los venezolanos, ciertamente que lo mesuraron, entre otras razones, por la ya dicha: porque lo que sirve para apuntalar a unos regímenes autoritarios, no puede servir igual para uno que puso a la libertad entre sus valores fundamentales. Y, también, porque los grandes retos del bolivarianismo inicial ya estaban superados: la unidad de la nación y un orden meridianamente estable como para encaminarla en una dirección determinada, eran ya una realidad que no requería de la epopeya para legitimarse, o eso al menos pensó la elite. En parte la resurrección del bolivarianismo, ahora vuelto, como ya veremos, “ideología de reemplazo”, la sorprendió tanto como su gran eficacia para seguir concitando voluntades. Evidentemente, por lo menos vistas las cosas desde esta perspectiva, la mayor parte de los venezolanos mantenían una especie de desfase entre su conciencia histórica, que seguía funcionando en la clave de la Historia Patria tradicional, y su realidad histórica, que ya requería de otras herramientas conceptuales y valorativas para ser interpretada y transformada.” (Ibid)
Analizar, revisar esa Historia Tradicional no es derrumbar los valores históricos, no es tratar de hacer desaparecer en la memoria nacional los héroes, es conseguir que el ciudadano, con una visión distinta, conseguida a través de una historiografía cierta dejen de ser “incapaces de caminar sin su tutela y, peor, que se cobijen bajo su sombra para eludir sus desatinos, como esos adultos que jamás logran madurar ni deslindarse de la falda de su madre,”
Guillermo Moron “una República cuyo fundamento es el pueblo con memoria y sin mito: Una república en la que el pueblo se dirija solo, como un adulto, como un colectivo libre, como lo requiere la democracia. Sí, ¡qué forma tan monda y lironda de explicar los objetivos de esta “rebelión”!

Próxima entrega. “Hoy más que nunca se justifica “la rebelión” contra el culto a los héroes?, o continuamos bajo la sombra tutelar eludiendo responsabilidad histórica?, por el contrario nos sumamos a “ideología de reemplazo”.

(genioloboenpositivo.blogspot.com)