Remembranzas de
estudiantes.
Un día,
aproximadamente, de Octubre de 1963, en una más de tantas mañanas, bajo la
mirada fría de las cinco águilas blancas, como todos los años, se abren las
puertas de esa casa de estudios, centro de historia merideña, para darle cabida
a otro grupo de jóvenes soñadores, de jóvenes cargados de ilusiones,
esperanzas, todos vienen de los liceos, unos de la misma Mérida, otros de
distintas partes del país, ya no con la mochila de estudiante de primaria, ni
con el maletín de bachillerato, viene con una alforja llena de esperanzas, vienen
en búsqueda de un título universitario, ya no vienen de la mano del papa o la
mama, que los trae para hacerlos traspasar las puertas de la institución
educativa, no, viene con acompañados por calurosos sueños, con un sinfín de
temores, temores que se agigantan cuando colocan por primera vez los pies en la
entrada del claustro universitario, en las puertas de esa majestuosa casa de
estudios, ahí dentro espera un nuevo sistema de vida, es el inicio de una vida
definitiva, es el futuro profesional, dentro hay historia viva, ahí se han
forjado un sin número de profesionales, es el encuentro con la historia, es el
puente de entrada a un nuevo mundo, en la mente de cada uno hay temores, la
solemnidad misma de la estructura arquitectónica genera respeto.
La puerta de hierro, forjada en acero y en
barrotes de historia, se ha abierto; al dar los primeros pasos, tenemos al
frente, como un guía, el busto del Libertador, en medio de una plazoleta,
conformada por una jardinería y una camineria a su alrededor, cada uno de esos
aspirantes vuelve a colocarse frente a la historia, las columnas alrededor del
busto del Libertador, sostienen los pisos superiores donde se encuentran las
aulas de estudio, ya cada uno ha entrado, se han colocado dentro de la historia
merideña, los suspiros son más profundos, y el mundo se torna más pequeño, en
la mente de cada uno, los sueños se hacen un hilado de temores, es la
incredulidad de haber llegado a la universidad; es el temor del bautizo de los
nuevos, son tantas cosas que se han dicho sobre el primer día, los que se
conocen por venir de un mismo liceo, especialmente aquellos de otras partes del
país, se saludan y en sus labios aflora una sonrisa nerviosa y se desprende una
pregunta que nos irán a hacer, será verdad lo que nos han contado sobre el
bautizo de los nuevos; será verdad que nos cortaran el cabello, que nos
arrojaran baldes de agua con esto o aquello? Nadie lo sabe, tal desinformación
amortigua ese estado emocional que vive cada uno como consecuencia del primer día
de clase.
Los viejos estudiantes miran con sonrisa
despectiva a los nuevos, todos los viejos se conocen, y los nuevos son
fácilmente identificables, caminan inseguros, temerosos, están en mundo
distinto, las manos en los bolsillos también sirven de identificación como
nuevos, no solo por el frio, sino, por el temor, tanto a lo nuevo, a lo
imponente de la estructura física, como a esa pregunta que acompaña a cada uno
a manera que se han ido acercando a la universidad, ¿Cómo será el bautizo? ¿Qué
nos irán a hacer? ¿Cómo será el mundo universitario?.
Ese primer día cada uno ve, además de los
viejos estudiantes, a unas personas vestidas con ropa de caqui, no los conocen
pero presumen que son parte del personal, cada uno de ellos tiene una forma
distinta de ver a los nuevos estudiantes, en ellos florece una sonrisa o una
mirada que refleja esa duda de ¡quien será este nuevo, terminara la carrera o
se quedara en el camino!. Cada uno de esos personajes será pieza fundamental en
la vida de cada uno de esos soñadores que están ingresando. Serán los
informadores para conocer a esas personas con quien van a convivir durante
varios años. Son los grandes conocedores de la historia de la Escuela de
Derecho. Hay uno de ellos que es la historia viviente de la universidad, conoce
la vida de cada estudiante, de cada profesor, de cada uno de los integrantes
del personal administrativo. Es el libro de vida de la Escuela de Derecho,
tiene tanta historia que se le conoce como el “Abuelo”. En el tiempo dejara en
cada uno de esos nuevos estudiantes gravada la nostalgia del amigo, del
compañero de confidencias, de los momentos difíciles de los estudios, será el
gran amigo y compañero sin ser estudiante. Es el Abuelo, es la historia de la
Escuela de Derecho, quien conjuntamente con los profesores generan
conocimientos y contribuye a hacer la vida del estudiante mas pasajera, en el
siempre cada uno consigue una sonrisa y una mirada llena de amor e ingenuidad.
El Abuelo es todo nobleza, espiritualidad, cada cana, cada arruga es una año de
vida universitaria, de compartir con nuevos y por graduarse, son lágrimas,
sueños e ilusiones que revoletean por los pasillos de la Escuela de Derecho.
También destaca en ese personal un
trabajador joven, merideño y estudiante, a nuestro ingreso de bachillerato en
el nocturno del Liceo Libertador, luego al graduarse de bachiller se hace otro
estudiante de derecho, ya es el trabajador y el compañero de estudio; en el
transcurrir del tiempo y de los apuros, es quien nos consigue copia de las
tesis de estudio. El estudiante de esos momentos no crea diferencias entre
trabajador, empleado, compañero, todos somos amigos, nos queremos y apreciamos.
Es la idiosincrasia andina incrustada entre las paredes de la escuela de leyes.
Día a día, entre mañanas frescas y tardes
lluviosas el tiempo transcurre, lentamente se va dando la deserción bien por
abandono u otras circunstancias; nos iniciamos en dos grandes salones y ya
después de la segunda mitad nos integramos en uno solo, se profundiza la
amistad y empieza a surgir una gran solidaridad de grupos; son años de mucha
pugnacidad política, sin embargo, en nuestro grupo la política no tiene
rivalidades profundas, es algo más del acontecer diario. La integración
solidaria es de tal magnitud, que nuestro grupo se va colocando año a año en un
liderazgo dentro de la facultad, somos decisivos en la escogencia de la Novia
de la Escuela de Derecho en la semana Universitaria, uno de nuestros grupos
constituyo en el mundo del deleite de la farra y la diversión, lo que se
conoció como la “Pequeña Tanguera”, en ella planificamos fiestas de fin de
semana, reuniones familiares, fue tan conocida que algunos profesores se
hicieron participes de nuestras correrías de fin de semana, en la “Peña” se
construyeron historias, amistades y grandes momentos para el recuerdo de los
tiempos vividos.
El grupo se caracterizó por una solidaridad de
tal magnitud, que llegamos a romper esquemas, la selección del padrino de
graduación o el orador de orden era motivo de discusiones y enfrentamientos
políticos, en nosotros eso desapareció. En una parranda celebrada en casa de
uno de los condiscípulos se designó el padrino de la promoción y el orador, prevaleció
la amistad, el afecto, un sentimiento de cordialidad que nos unía. Por
iniciativa de nuestro padrino de graduación: Dr. Antonio Ramón Marín, quien por
cierto nunca estuvo en una farra de la “Peña Tanguera”, fuimos los primeros y
únicos estudiantes de derecho que se hicieron miembros del Colegio de Abogados
del Estado Mérida sin haberse graduados de tales. Algunos integrantes de años
inferiores quisieron imitar nuestro estilo de reuniones con profesores y amigos
y no pudieron lograrlo, éramos únicos, distintos y diferentes. Había un
profesor que nos rechazaba y nos adversaba, otros eran felices compartiendo con
nosotros.
Pienso en el sentimiento de pretensión que
debemos tener los integrantes de la Promoción de Abogados, de ese año 1969,
apadrinada por el Dr. Antonio Ramón Marín, en cuanto a que la gracia de Dios y
del tiempo nos revistió del orgullo de ser una de las últimas promociones de
abogados que tuvo el beneficio de iniciarse y concluir en el edificio principal
de la ULA, no estudiamos solo historia, estudiamos con la historia, en nuestra
Escuela aún está el viejo paraninfo de la Universidad, el celebramos los
cuarenta años. Fuimos formados por la última generación de profesores ilustres
de la Escuela de Derecho, que orgullo haber sido alumnos de los mejores, haber
compartido en el salón de clase, en los pasillos de la Escuela, en la amena
francachela de alumnos y profesores, donde prevaleció el respeto y se desbordo
la alegría del compartir. Nostalgia de la solemnidad de los Drs. Pedro Pineda León,
Ramón Vicente Casanova, Febres Pobeda (su inolvidable corbatín), Omar Eladio
Quintero, Héctor Febres Cordero, Mazzino
Valery, Jesús Rondón Nucetti, Gonzalo Berti, Hugo Viera, Barbocita (el mas
joven del grupo), Calderón Berti, el
querido Pizanito, Chalbud Zerpa, Luis
Elbano Zerpa, Francisco Rad Rached, Contreras Pernia, Febres Pobeda, nuestro
padrino Antonio Ramón Marín, él supo guardar la distancia, en su característica
personalidad andina, pero siempre ha sido un amigo. Cada uno tenía una
personalidad muy característica, pero ellos siempre prevaleció la vocación de
la enseñanza, fueron estrictos pero consecuentes en generarnos un mensaje de ética,
fueron ejemplo en la personalidad y la autoridad moral del educador.
Tenemos, insisto, el honor haber sido alumnos
de los mejores docentes de la Escuela de Derechos, nuestro orgullo y nuestra pretensión,
por eso debemos sentirnos los únicos en haber saboreado la miel del saber, la educación
y la ética en la formación profesional. Para ellos siempre nuestra admiración y
reconocimiento.
Cabe recordar los últimos exámenes de quinto
año; en Mérida hechos políticos obligaron al cierre de la Universidad y
consecuencialmente la suspensión de exámenes finales, transcurría e mes de
noviembre, habíamos presentados todos los exámenes menos el último: Derecho
Internacional Público, la Escuela de Derecho al igual que las demás estaba cerrado
y nosotros nos negábamos a no poder graduarnos por la paralización de la
Universidad, en una de las acostumbradas reuniones peñeras resolvimos pedirle
al Decano de la Escuela nos permitiera presentar nuestro último examen, a lo
cual se negó en vista a los hechos mismos, de manera que le insinuamos que se
celebrara una asamblea de estudiantes para pedir a las autoridades que se
abriera la Escuela a presentación de exámenes; Rad Rached, Decano para el
momento lo considero imposible, sin embargo, le indicamos que si nosotros
lográbamos convocar la asamblea de estudiantes y que en ella se pidiera la
autorización para presentar exámenes, èl respetaría tal decisión, él en su
característica ironía despectiva se sonrió y nos dijo, entendiendo que era algo
imposible, tanto por la magnitud del conflicto y lo difícil, no tan solo de
convocar sino de navegar entre las diferencias políticas, “si lo logran yo abro
la Escuela de Derecho para que Uds. presenten ese examen”. Reto hartamente
difícil y casi imposible; nosotros éramos arriesgados, decididos y con una gran
disposición a los logros, creo que esta característica ha identificado a muchos
de nosotros en la vida profesional, triunfadores y exitosos.
Tomamos el reto, reunimos la peña y
establecimos estrategias, formas de convocatoria, tácticas de dirección y
manejo de la asamblea, agenda. Muchos éramos fichas activistas de los partidos
políticos, experimentados en las líderes políticas, hicimos la planificación;
se convocó la reunión, la misma se realizó en el salón de primer año, con
capacidad, si mal no recuerdo para más de cien personas, todos nos colocamos en
forma estratégica para ejercer control de la misma; la asistencia nos
impresiono, fue alta y dispuesta a tomas decisiones, los principales oradores
creo fueron el ya fallecido Elias D`onghia, y otros, a mi correspondió
compartir las dirección de debates creo que con Ismael Fermín, no estoy seguro,
hace tanto tiempo, lo importante es que conseguimos una gran mayoría para
aprobar la apertura de la Escuela, solo para presentar exámenes. Lograda la
votación y la aprobación no cabíamos de la alegría por el éxito y el orgullo de
poder decirle al Decano: ”lo dijimos y lo logramos”, ese día fue una gran farra
de la “Peña Tanguera”, presentamos el examen de nuestra última materia, el día
transcurrió para muchos de nosotros entre un ir y venir del Colegio de
Abogados, ubicado para ese momento arriba en Milla y la Escuela de Derecho,
al Colegio subíamos a cargar baterías y
fue tanta la carga que ya a las tres de la tarde la brújula de muchos estaba
sin ubicación, indiscutiblemente que ese día nos acompañó ese gran personaje
Merideño, el histórico y popular “Matica”, hubo morteros y cohetes. A última
hora de la tarde iniciamos la acostumbrada caravana de recorrido por la ciudad,
acompañados de nuestras esposas, los casados para el momento, de las novias y
amigos, para concluir en horas de la noche en la piscina del Colegio de
Abogados. Finales de Noviembre la penúltima etapa de una vida de estudiantes en
el mundo Universitario que con concluyo un cinco (05) de Diciembre de 1969. Nos
ganamos, con esfuerzo e inteligencia, nos caracterizo la iniciativa, el
conseguir graduarnos por Secretaria, con toga y birrete, entrando uno por uno,
dejando en espera a nuestros seres querido en el pasillo de la puerta del
Rectorado; entramos ufanos, orgullosos y engrandecidos, a recibir el Título de
Abogado de manos del inolvidable Dr. Pedro Rincón Gutiérrez (Perucho), al salir
la alegría de entregarle una gran regalo a nuestros padres, esposas o novias,
un tesoro: Un Titulo, que llevaba escrito un pasaporte al mundo profesional,
escrito con letras de trasnochos, lagrimas, esfuerzo, tesón, cada letra
impregnada de las delicias de un sueño.


A cada uno de los que se fueron a un espacio
cargado de paz y amor, nuestro recuerdo y deseos porque la mano del gran
Arquitecto del Universo este sobre sus hombros, reteniéndolos en un mundo
especial.
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