viernes, 2 de enero de 2015

El fin de la revolución cubana. (Capitulo II. Cuba: Crisis y Transición.


Los cambios radicales ocurridos en la URSS y la Europa Oriental han tenido importantes repercusiones en la sociedad cubana a pesar de no haberse traducido en cambios liberalizadores de sus estructuras políticas y económicas.  El efecto en el orden práctico e ideológico ha sido devastador, aunque Cuba no ha podido ignorar las transformaciones sistemáticas ocurridas en la antigua URSS y el resto del mundo comunista, las características singulares de la revolución cubana hacen supones que las repercusiones de tales transformaciones se manifiesten en Cuba de formas y maneras sustancialmente diferentes, tanto en su alcance como en su profundidad y su tempo.  La naturaleza del régimen cubano y, sobre todo, el carácter y las peculiaridades de su líder, Fidel Castro, sitúan el caso isleño en contexto aparte.
Características singulares de la revolución
La democratización del mundo comunista ha tenido, sin duda, efectos importantes en la isla, pero su repercusión no ha sido de tal envergadura que se pueda considerar como “históricamente inevitable” e inminente la transformación de la sociedad cubana en su ordenamiento económico y político.  Es lógico que en Cuba ocurran cambios y transformaciones serias en la organización socioeconómica y política del país, pero estos se realizaran a un ritmo muy lento, con toda la prudencia que requieren cambios que pueden, si se van de la mano, desestabilizar totalmente el complicado entramado organizativo de una sociedad totalitaria.  Cualquier intento de reformas estructurales que tiendan a aliviar los efectos perniciosos que sobre Cuba han tenido los cambios en los países del Este y la antigua URSS es rechazado por Castro, aun a expensas del continuo aumento en las dificultades económicas de toda índole.
Hay una serie de factores clave que coinciden en la situación cubana y que dificultan extremadamente el cambio espontáneo o la reacción inmediata concatenada con las transformaciones del mundo comunista europeo.  Algunos de estos factores han estado presentes en una o en varias de estas sociedades, pero el cumulo de situaciones que se producen en el caso cubano se convierten en un formidable freno al cambio político-económico espontaneo o rápido y hacen de Cuba un caso diferente.
El caudillismo carismático de Castro y la dependencia de la revolución en su persona son los factores determinantes que impiden el cambio.  Otros elementos son los negros, como grupo social mayoritario y con cierta fidelidad especial al movimiento revolucionario; los Estado Unidos, como enemigo preferido y elemento galvanizador de las fuerzas revolucionarias mediante el recurso a los sentimientos nacionalistas más primitivos; la oposición, el exilio como segundo enemigo preferido que se utiliza para atemorizar al pueblo cubano ante el supuesto espíritu de venganza o recuperación de esa comunidad, la unidad aparente del Partido Comunista Cubano y las fuerzas armadas; los altos niveles de represión impuestos en Cuba por el castrismo; la desaparición casi absoluta de las instituciones del antiguo orden social y la fragilidad del acervo cultural y social de ese orden vencido; los logros, elevados a mitología, de la revolución en las presentaciones sociales y en el campo internacionalista y, desde luego, muchas otras peculiaridades menores.
El caudillismo
         La revolución cubana tiene ciertas características esenciales que dificultan y complican la realización de transformaciones sustanciales en la sociedad revolucionaria.  La característica más evidente y más trascendental es el caudillismo presente en el proceso revolucionario desde sus mismos orígenes.
Castro es la encarnación del clásico caudillo latinoamericano, con los matices de la contemporaneidad y la ideología.  El Nobel de literatura mexicano Octavio Paz, en una conversación con Claudio Fell publicada en la revista mexicana Plural 50 (1975) describe así al caudillo:
“El caudillo es heroico, épico, es el hombre que esta mas allá de la ley, que crea la ley.  El presidente es el hombre de la ley: su poder es institucional.  Los presidentes […] tienen poder mientras son presidentes […] pero deben su poder a la investidura.  En el caso de los caudillos hispanoamericanos, el poder no les viene de la investidura, sino que ellos dan a la investidura el poder”.
Sigue diciendo Octavio Paz que los grandes problemas del caudillismo son la legitimidad y la sucesión:
“Aquí aparece al lado del tema del poder terrible.  Otra vez el tema de la legitimidad.  El misterio o enigma del origen […] El caudillismo, que ha sido y es el verdadero sistema de gobierno latinoamericano, no ha logrado resolverlo, por esto tampoco ha podido resolver el de la sucesión.  En el régimen caudillesco, la sucesión se realiza por el golpe de Estado o por la muerte del caudillo.  El caudillismo, concebido como el remedio heroico contra la inestabilidad, es el gran productor de inestabilidad en el continente.  La inestabilidad es consecuencia de la ilegitimidad”.
Quizás la característica esencial de la revolución cubana sea el sincretismo entre el personalismo caudillista original de la revolución y el bagaje ideológico del marxismo-leninismo, integrado a posteriori; el caudillismo típico latinoamericano fortalecido por una ideología de carácter global: el marxismo-leninismo, que provee de cierta legitimidad a quien de otra forma sería un mero caudillo a ultranza.  Estas dos condiciones que se acompañan e integran preservando cada una de sus características naturales esenciales, convirtiendo la experiencia revolucionaria cubana en un curioso exponente de sincretismo político.  El caudillismo obtiene legitimidad de ideología y a la inversa, el marxismo-leninismo obtiene legitimización popular del respaldo y por la voluntad del caudillo, Fidel Castro.  La ideología legitimíza al caudillo.  El caudillo legitimíza la ideología.
Desde el inicio de la etapa insurreccional el 26 d Julio de 1953 hasta el discurso de Fidel Castro el 1° de Diciembre de 1961, en el que se declaro a sí mismo y a la revolución como marxista-leninista, el rumbo ideológico y doctrinario de la revolución se caracterizo por su dinamismo.  Durante toda la etapa insurreccional y los primeros meses de la revolución en el poder, el movimiento revolucionario se identifico con el reformismo progresista latinoamericano y con los movimientos socialdemócratas cubanos conocidos como el autenticismo y la ortodoxia.  Sus fundamentos ideológicos fueron antiimperialismo, el nacionalismo, la reforma agraria, la industrialización, la libertad política, etc. En resumen, un ideario reformista burgués muy en su tiempo y su época.
En los primeros meses de la revolución, Fidel Castro la definió como “humanista” y sus principios políticos y sociales como “humanismo democrático”, un camino equidistante del comunismo y del capitalismo que postulaba un sistema respetuoso de las libertades del ser humano y prometía un futuro donde, según sus propias palabras, no hubiese: “pan  sin libertad, ni libertad sin pan.  Ni dictaduras de hombres, ni dictadura de castas u oligarquías de clases.  Libertad con pan sin terror”.
Una vez en el gobierno, la ideología de la revolución va cambiando para amoldarse a los requisitos del régimen y su líder.
Lo que se mantiene constante es la voluntad de protagonismo de Fidel Castro, su incontrolable necesidad de poder personal absoluto.  Esta característica de Castro se manifiesta ya en la etapa insurreccional, cuando pretende y logra que su movimiento sea el preponderante dentro de cualquier alianza o acuerdo oposicionista y obtiene para sí el control absoluto de la actividad insurreccional contra la dictadura de Batista.
El absolutismo personalista de Fidel Castro se agudizo una vez en el gobierno.  Los dos primeros años se caracterizaron, entre otras cosas, por su acumulación de poder a expensas de los demás grupos, líderes e instituciones.  Castro muestra un voraz apetito por el ejercicio del poder de forma ilimitada, sin balances, equilibrios o parámetros.  Cualquier intención o esperanza de oposición legítima y condena del comandante Huber Matos.  La condena de Matos marca el momento a partir del cual cualquier crítica o disensión se cataloga como traición.
Las características de personalismo y caudillismo de la revolución cubana no solo se han moderado con el transcurso de treinta y tres años de poder absoluto, sino que se han acentuado.  En palabras del periodista y documentalista estadounidense, admirador de Castro, Saúl Landau:
“Fidel, como Luis XIV, es el Estado, su presencia sigue paralizando a Cuba.  La gente que ha alcanzado la edad adulta con Fidel, comprende que las instituciones y la constitución que el creo, nunca podrán ser puestas a prueba mientras no haya hecho mutis.  Fidel, quizá sin querer, socava todas las decisiones que no son suyas: ya que puede, a discreción, cambiar una ley, un decreto, un plan económico…”
De ahí que la conformación final del Estado cubano haya sido singular.  Al implantar la revolución, el fidelismo desbordo su marco original de movimiento de masas y constituyo todo un sistema de gobierno donde eventualmente se fundió el pensamiento marxista-leninista con un profundo caudillismo y se conformo un estado totalitario monocratico, fundamentado en la dominación del caudillo sobre el Partido, el Partido sobre el Estado y el estado sobre la sociedad; un sistema donde siempre prima el caudillo, legimitizado por la ideología y por su carácter histórico de héroe libertador y padre de la revolución.
El Estado cubano ha quedado conformado como un Estado sincrético de caudillo e ideología en el que la ideología — marxismo-leninismo — es legitimizada por la comunión con el caudillo, quien esta mas popularmente consensuado que el sistema; la permanencia del caudillo en el poder es legitimizada por el andamiaje ideológico del marxismo-leninismo.
Según el sociólogo cubano Juan Valdez Paz:
“En este país existen dos sistemas políticos:  Fidel y las masas, y el partido y la sociedad; el  liderazgo de Fidel es una realidad nacional, un fenómeno histórico inevitable.  El problema, para la revolución cubana, es como despersonalizar en el futuro el sistema político.  Fidel tiene más consenso social que el mismo sistema…”
Mas sucintamente, el eminente sociólogo estadounidense y gran conocedor de asuntos cubanos, Irwing Louis Horowitz, explicando la estalinización del castrismo, apunta que “La nación se reduce a si misma a el mismo”.
Desde luego que el caudillo que caracteriza al régimen cubano y que es parte integral del proceso revolucionario, no es único en la historia del marxismo-leninismo; todo lo contrario.  Los grandes líderes de las revoluciones marxistas autóctonas, Mao, Lenin, Stalin, Kim Il Sung, Castro, ejercieron, o ejercen, una influencia desmedida sobre sus revoluciones y sus pueblos durante, y aun después de, sus vidads.  Kim Il Sung y Castro son los únicos que aun viven.  Ambos siguen al frente de sus respectivos países como Jefes de Estado y líderes máximos del proceso revolucionario.  Esta es una de las características diferenciadoras más importantes entre Cuban y los países de Europa del Este.
La presencia del caudillo y padre de la revolución, omnipotente y omnipresente, permea y controla la vida de la nación, dando lugar a una sociedad fundada sobre un líder supercarismatico y un estado autocrático.  El gobierno cubano, a diferencia de casi todos los otros gobiernos comunistas del mundo y similarmente al antiguo gobierno rumano y al actual de Corea del Norte, es un gobierno perfectamente monocrático, donde la voluntad de un hombre prevalece ante todo y ante todos.
Aunque está claro que Fidel Castro no toma todas las decisiones en Cuba, si toma todas aquellas decisiones que desea tomas.  Todas sin interferencia individual o institucional.  Todo el poder de decisión se concentra en una persona, que solo consulta a quien desea sobre los temas que desea.  Fidel Castro es el fundador de la nueva sociedad, el líder máximo de la insurrección histórica y de la revolución; el padre, el brazo armado, el hombre pensante, el guerrero, el ideólogo, el jefe de la economía, de la cultura, de la sociedad, el árbitro social y político.  Sus ideas, enmarcadas en sus discursos, se convierten en dogma y la opinión expresa de los cubanos es copia a carbón de la del máximo líder.
Fidel Castro supone comunicarse directamente con el pueblo y encarnar las aspiraciones del pueblo, sin tener que depender de las asociaciones de masa o de los organismos oficiales.  Supone existir una relación directa y simbiótica entre el líder y su pueblo, que le permite dirigir la revolución en perfecta comunión con sus seguidores sin necesidad de cuadros intermedios.  Castiga y recompensa directamente, y solo existe en el país la autoridad que el emana, que no puede ser ejercida por otros sino por delegación de el.  En fin, un sistema monocratico digno de libros de textos de politología y sicología.
Este tipo de organización estatal es radicalmente diferenciable de la de los otros países socialistas.  En Cuba, solo un hombre decide el camino del país, solo Fidel Castro Puede decidir qué cambios o reformas son deseables y aceptables en cada momento y ordenar su implementación o su abandonado.
Derechos de Autor
              Pedro Ramón López Oliver. Libro: Cuba: Crisis y Transición. Copyright (c) 1992 by the University of Miami.  Publicado por el Centro Norte-Sur dela Universidad de Miami.  Derechos exclusivos de edición en castellano reservados para todo el mundo.  Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna sin permiso previo del editor.

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